lunes, 27 de agosto de 2012

El alcohol era mi prisión


A los 12 años era un curtido bebedor, contaminado de vicios. Alcohólico como su padre. Caminó sin rumbo hasta encontrar al Señor. Hoy Eduardo Rangel predica la Palabra de Dios en Venezuela, testificando su salvación.
Eduardo Rangel Márquez es un varón con aire de profesor y aspecto sosegado que se dedica a enseñar y predicar el mensaje más sorprendente para la humanidad. No se trata del último avance tecnológico ni de las nuevas tendencias en cuestión de moda o arte, sino de algo mucho más importante para la humanidad: el amor y poder salvador de Dios. Y lo que dice, con plena convicción, irrumpe en los corazones de las personas que se le ponen al frente.
 
Desde hace 17 años, este hombre, nacido el 23 de enero de 1976 en Venezuela, testifica con su propia vida la gran diferencia entre una existencia marcada por el bien y otra determinada por el mal. Apoyado en las Sagradas Escrituras, bases de sus fundamentos espirituales, afirma que lo que sabe respecto a la potestad restauradora de Cristo, lo experimentó en carne propia y es una muestra más de la forma en que el Altísimo obra a favor de la humanidad. Porque él, que hoy integra el Movimiento Misionero Mundial, en los inicios de su vida fue un mortal más castigado y oprimido por lo mundano y lo terrenal. Una persona a quien solo le fue permitido experimentar y sufrir el lado más oscuro de la vida y que, por mucho tiempo, sobrevivió en este mundo de espaldas al Señor.
 
Rangel Márquez pudo haber sido otro ser caso perdido, igual que muchos tantos que andan alrededor del universo sin rumbo y sin el amparo divino, puesto que desde que nació se codeó con la dureza y el rigor de una familia disfuncional. Noveno hijo de Luis Enrique Rangel y Carmen Teresa Márquez, Eduardo llegó al mundo en el estado Mérida, la principal zona andina de Venezuela, y luego pasó sus primeros años de vida en el estado Táchira. Fue en este último lugar, conocido como la tierra de los presidentes venezolanos, donde contempló en silencio como sus progenitores se liaban a golpes, de forma constante y frecuente, y terminaron arruinando un matrimonio del que dependían una decena de pequeños e indefensos seres humanos.
 
UNA VIDA TERRIBLE
 
De aquel cisma familiar, violento y nefasto como un huracán, Eduardo Rangel grabó en su mente una serie de recuerdos y detalles que lo
 
acompañan hasta el día de hoy. Hoy cuenta: "mis primeros años de vida fueron terribles. Mi padre se emborrachaba muy seguido y peleaba constantemente con mi madre. Luego de muchas disputas ellos se separaron después de que intentó matarla delante de toda la familia cuando yo tenía alrededor de siete años. Allí fue que ella, quien fue defendida por mis hermanos mayores, se marchó con los pequeños de la hacienda donde vivíamos y empezó una etapa muy complicada para todos nosotros. En medio de muchas penurias
 
mis nueve hermanos y yo fuimos testigos de la forma en que nuestro hogar se fue derrumbando poco a poco".
 
A ese episodio desmembrador y arrebatador le siguieron otros acontecimientos igual de devastadores y violentos en la vida de este hombre, quien por aquellos días desconocía la existencia de Dios, y que en la actualidad, ya como hijo del Todopoderoso, evocó así: "después de un tiempo, mi padre se entregó a la bebida y a los placeres carnales y perdió todos sus bienes y nos dejó en un desamparo absoluto y terrible. En esas circunstancias fue que el resto de mi familia, incluido los más niños, tuvo que trabajar en cualquier labor para poder sobrevivir a duras penas. Entonces fue que el odio y el resentimiento por mi progenitor se fueron sembrando en mi corazón y en mi alma. No hubo día que no dejé de pensar en la forma de vengarme de él por todo el daño que le hizo a mi madre y mis hermanos".
 
Amargado y resentido, Eduardo Rangel pasó su niñez rumiando su bronca por las feroces palizas que su padre repartió entre los suyos. Sin embargo, víctima del pecado, la maldad y la intervención del diablo, tardó poquísimo tiempo para seguir los pasos de su procreador y t
 
ransitó sobre las aguas turbulentas del alcohol con apenas doce años a cuestas. Todo empezó después de abandonar la escuela, cuando concluyó la primaria, y encontró trabajo en un mercado donde conoció el sabor amargo y espumoso de la cerveza y cayó seducido por la fragancia turbadora de los placeres humanos. A merced de las circunstancias, como un barco a la deriva, se fue por el rumbo equivocado y terminó transformado en un joven alcohólico que no podía pasar un día sin embriagarse. "El alcohol me tenía preso", recuerda.
 
Ergo, el Señor, que siempre veló por el bienestar de su familia y custodió su camino, apareció en su presente en los primeros años de la década de los noventa. Como un providencial paracaídas, en medio de un viaje tempestuoso, el Creador evitó que Eduardo y su parentela se estrellaran en lo maligno gracias a la evangelización de la hermana mayor de los Rangel Márquez. Pero, su conversión y la de sus familiares pasó, como en otros tantos casos, por varias pruebas. Así, en primera instancia, escuchó con atención las verdades conte
 
nidas dentro de la Biblia y se animó a convertirse en seguidor de Jesús. Desafortunadamente, su interés decayó y no perseveró y se alejó del Padre Eterno.
 
SABER PERDONAR
 
Sin embargo, al cabo de un año y medio, en septiembre de 1993, se produjo el nacimiento en Cristo de Eduardo Rangel. Tras vivir una experiencia reveladora, en la que observó en un sueño como el Salvador y los miembros de su Iglesia se marchaban a los cielos y él se quedaba borracho y perdido en la tierra, decidió no rechazar más a Dios y en el acto le entregó su vida. Las manifestaciones del poder de Jesucristo se hicieron evidentes en su existencia. Dejó la bebida, modificó su comportamiento, se apartó del mal camino y, aunque fue despedido de su trabajo, jamás le faltó alimento material ni espiritual. Luego, con el paso de los años, se constituyó en un hermano laborioso del Movimiento Misionero Mundial y se casó en 1996 con Isabel Díaz.
 
Más tarde, tan pronto como entendió que para vivir en paz hay que saber perdonar, acompañado de cinco de sus nueve hermanos, quienes también se habían unido al Evangelio, buscó a Luis Enrique Rangel y convirtió en amor lo que un día fue odio.
 
De este modo, y mientras proseguía en las vías del Señor, le prodigó cariño a su padre y le reveló las buenas nuevas hasta el final de sus días, producido el 10 de noviembre de 2009. Entre tanto, al lado de su mujer, emprendió en el 2005 su labor evangelizadora en el estado Miranda, situado en la zona del litoral central de Venezuela, y así cumplió la promesa que le hizo a Cristo, cuando lo aceptó como su guía y Señor, de ir y predicar su Palabra en el lugar que Él dispusiera.
 
Siete años después, luego de recorrer cristianizando algunas zonas del país, el pastor Rangel enseña una y otra vez a entregarse al Creador, a formar parte de la cristiandad, a través de un mensaje sin fecha de caducidad. Lo hace desde el barrio el Junquito, uno de los treinta y dos que forman parte de Caracas, donde está a cargo del templo de la Obra hace cuatro años. En aquel lugar, donde mora con su esposa y sus hijos Eduardo Luis y Naileidi Paola, no se cansa de repetir que Jesucristo le salvó la vida y sin miedo alguno deposita toda su fe en el Padre Eterno.

Fuente: Impacto  Evangelistico
 

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