lunes, 6 de agosto de 2012

“La razón de mi vida es Cristo”

Armando Morales es el mayor de cuatro hermanos. Tuvo un padre muy recto y una madre muy cariñosa, una combinación ideal entre disciplina y amor. Sin embargo, no fue ajeno a los pleitos en el hogar.
Con solo 5 años de edad, tras correr para salir a jugar, sufrió un accidente al golpearse el ojo izquierdo con una piedra. Esto requirió de una complicada cirugía y de una terapia larga para su óptima recuperación.
Su padre siempre instruyó a sus hijos, encaminándolos en los estudios. Logró desde la primaria los primeros puestos en su colegio, destacando en ciencias y matemáticas.
A la escuela frecuentemente llegaba un sacerdote a impartir charlas. De esta manera, el corazón de Armando se inquietó, surgiendo muchas preguntas sobre la misión del hombre sobre la tierra y acerca de los planes Dios.
Por aquel entonces ya se reunía a estudiar las Sagradas Escrituras junto a un grupo eclesiástico. “Noté lo que la Biblia decía sobre las imágenes y estatuas hechas por hombres, que ni ven ni sienten, por eso decidí dejar de venerarlas”, cuenta el protagonista de esta historia.
Fue así que decidió obedecer a la Palabra de Dios, aún la religión tradicional dicte otra cosa.
Los años pasaron, empezando su vida universitaria. A pesar de las teorías humanistas y socialistas divulgadas en las aulas su fe no claudicó. De pronto, una amiga lo invitó a una campaña evangelística.

Dios llama a la puerta del corazón

Al llegar a la reunión escuchó por primera vez las melodías que los evangélicos entonaban. Armando se encandiló con los cánticos celestiales, pero creía que todo había quedado en una buena impresión. No obstante, desde aquella noche el rumbo de su vida cambiaría para siempre.
Al poco tiempo, su prima llegó a visitarlo para contarle del verdadero poder de Dios. Le hizo entender que ella tenía algo especial que él no tenía: El Espíritu Santo.
Corría el año 1984, Dios ya estaba obrando. Armando acudió a una reunión cristiana en la Universidad de Nacional Mayor de San Marcos. Mientras escuchaba al expositor sintió la necesidad de sentir lo mismo que experimentaba su prima. Ante el llamado, no lo dudó, pasó al frente y el predicador oró junto a él.
“Por primera vez me di cuenta que algo había cambiado en mi”, afirma nuestro hermano en Cristo, al recordar que se sentía renovado y feliz consigo mismo.
Armando decidió reunirse junto a esos jóvenes que le habían predicado. Es así que llegó a la Iglesia del Movimiento Misionero Mundial, volviendo a ver a ese grupo de esforzados muchachos.

Su padre se disgustó al ver a su hijo tan involucrado con los cristianos. Intentó alejarlo de ellos varias veces. Pero Armando Morales ya se había enamorado de Dios.
Siempre anheló recibir el llamado de Cristo para su servicio. Decidió seguir Su voz para hacer Su voluntad.
Hoy, ese joven que siempre anhelo conocer a Jesús, es el pastor de la iglesia del Movimiento Mundial en el distrito limeño de Independencia. Junto a su esposa y sus tres hijos persevera con fe y esperanza en los caminos del Todopoderoso, buscando rescatar más almas para el Reino de los Cielos.

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