martes, 28 de agosto de 2012

Piedad encontró compasión

Vanidosa, arrogante y egoísta. Madre sin piedad y amor. Mujer entregada al placer. Años de vida licenciosa, abortos y alcohol. Sin embargo, el Señor encaminó la existencia de Piedad Restrepo Gálvez hace 21 años hasta transformarla en fervorosa predicadora de su Palabra.
La bondadosa mujer sostiene una voluminosa Biblia entre los pliegues de su chaqueta mientras circula divulgando la Palabra de Dios por Medellín, la capital de la Montaña, en el noroccidente de Colombia. Piedad del Socorro Restrepo Gálvez, confundida dentro del ajetreo de la segunda ciudad colombiana más poblada, asoma, paradójicamente, como una tabla de salvación de fe en medio de la normalidad en la que transcurren los días en la capital de Antioquia. El Todopoderoso, aquel ser al que despreció en más de una ocasión, hace 21 años que le mostró su infinita misericordia y modificó una existencia irresoluta, signada por la arrogancia y la vanidad, por una vida donde predicar y testificar las buenas nuevas del Creador consumen el integro de sus esfuerzos.
 
Nacida el 20 de junio de 1951, Piedad del Socorro no es un personaje que pase inadvertido en medio de la inseguridad espiritual que reina en torno a una urbe asociada internacionalmente con frecuencia a la violencia. Ella, hoy activa integrante del Movimiento Misionero Mundial, reconoce que en su pasado mundano Dios sólo fue una figura “decorativa” pero añade, también, que Él lo es “todo” en el presente esperanzador que vive a diario. Debido a ello, y con el deseo de dar a conocer el poder transformador de Jesucristo, sostiene que prueba frecuentemente lo que afirma mediante el relato de su biografía a cualquier persona que busque saber las maravillas que puede realizar el Altísimo.
 
La mujer adicta
Egocéntrica, extravagante, narcisista y adicta al “glamour”, a lo largo de cuarenta años, Restrepo Gálvez fue hija única de una relación disfuncional que la condenó desde muy pequeña a sobrevivir acorazada por la fantasía de lo maligno. Al respecto cuenta que: “mis padres, quienes nunca se llevaron bien, me dejaron a muy corta edad al cuidado de mi abuela. Lastimosamente, ella fue la responsable de mi crianza y me hizo creer que yo era una reina, una niña muy agraciada, que no necesitaba de estudios para salir adelante y sólo dependía de mi físico. Priorizó que me convirtiera en una persona poco juiciosa y completamente desapegada a Dios. Me hizo engreída, jactanciosa y pretenciosa”.
 
La conexión de Piedad con el orgullo, la soberbia y la arrogancia estaba, de alguna manera, en su destino, desde luego en su voluntad, y prosiguió con total normalidad en su adolescencia. Oriunda de Medellín, ella creció entre amistades malsanas, diversiones inapropiadas, discotecas y demás complementos terrenales que profanaron el estilo de vida de una jovencita que ya por ese entonces se proyectaba a vivir en su propio cuento de hadas, un sueño que le ocasionaba placer, y que se manifestaba constantemente a través del interés de muchos fotógrafos que reparaban en su belleza. De ese modo, y en tanto Colombia se empezaba a manchar con el accionar paramilitar, Restrepo convivió con un mundo iluso donde la prioridad era el desenfreno y el vértigo de lo prohibido.
 
Una mala madre
El fruto de sus pecados no tardó en aparecer y apenas a los 17 años, cuando otras muchachas de su edad recién terminaban la escuela, Piedad Restrepo se estrenó como madre. Sobre esta parte de su vida revela: “yo me había practicado varios abortos antes de quedar embarazada de mi primera hija y la verdad es que en ese momento, con tan pocos años de vida, lo que menos quería era tener una niña. Mi fastidio llegó a tal punto que la primera vez que empezó a lactar mi hija la golpeé en la cabeza porque me presionó el pezón. Me sentí tan confundida que al poco tiempo se la dejé a mi abuela para que la criara como lo hizo conmigo. Fui desmedida a la hora de priorizar mis propios intereses libertinos”.
 
Después, con la llegada a Latinoamérica de la moda hippie, un movimiento contracultural nacido en Estados Unidos que pregonaba de forma errónea la revolución sexual, su conducta empeoró aún más y se hizo más frívola y ligera. Así, a inicios de los años setenta, se sumergió en el mundillo de las drogas, el alcohol y las disipaciones carnales. Incluso su revuelto andar la condujo a las puertas del suicidio. Circunstancialmente, en ese trance, cuando tenía 23 años, fue que alumbró su segunda hija quien corrió el mismo destino que la primera y acabó en las manos de su abuela. Ya para aquel momento Piedad adoraba los viajes y odiaba cualquier cosa que la atara a un solo lugar. Lo suyo era pasarla bien y olvidarse de toda obligación familiar.
 
Y así fueron pasando los años. Solía estar la mayor parte del tiempo fuera de Medellín, en cualquier parte del mundo, corriendo de los fantasmas de su niñez y sin la protección de Cristo. Huyendo del recuerdo permanente de una madre a la que culpaba por todos sus pesares. Recriminando sus errores ante sus amistades y maldiciendo el escaso amor que le tuvo. Luego vendría su marcha a la ciudad de Nueva York, la segunda aglomeración urbana del continente americano, donde se establecería para disfrutar del lujo y placer que recibía a cambio de dar satisfacción y diversión a un hombre de mal vivir dedicado al comercio de estupefacientes. Posteriormente, en 1978, engendró un tercer hijo al que confió, en un pestañar de ojos, a su abuela y se olvidó de él tan pronto pudo.
 
El peregrinaje de fe
Pero un día, Dios tuvo compasión de Piedad del Socorro y de su existencia licenciosa y trató con ella para salvarla del fango del pecado. Todo sucedió a inicios de 1990. La muerte de un medio hermano, en Santiago de Chile, y una serie de graves problemas cardíacos de su progenitora, tiraron abajo el odio y rencor que atesoraba en su corazón y la sumergieron en una profunda depresión. De repente, al sur de América, hasta donde había partido para asistir a los funerales de su familiar, Restrepo otra vez coqueteó con el suicidio y fue allí que Jesús le habló y le obsequió su amor y poder salvador. El mensaje divino caló tan hondo que ella de inmediato decidió unirse al cristianismo y aceptar a Jesús como su Señor y en el acto dar por concluida toda una vida oscura y vacía.
 
A partir de ese momento, inició un peregrinaje de fe, lleno de goce espiritual. Nunca más el pecado sería el centro de sus actividades. Atrás quedarían los vicios, la perdición y las transgresiones. Perdonada por la gracia del Salvador, y tras restructurar sus lazos afectivos con sus hijos, Piedad se constituiría en un parlante humano que va de aquí para allá, de calle en calle, de puerta en puerta, de hospital en hospital, de parque en parque, de lugar en lugar, predicando la Palabra del Señor. Una fervorosa evangélica que a lo largo de los últimos 21 años, megáfono en mano, anuncia al mundo entero la llegada de un tiempo nuevo y buenas noticias.. Una mujer de fe que lleva el mensaje del Todopoderoso sin descanso ni pausas.

 Fuente: Impacto Evangelistico.

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