martes, 11 de septiembre de 2012

Rescatado del infierno

 Lo llamaban “Atila” por su destreza con los puños; durante un tiempo adoró al diablo y vivió dentro del mundo del ocultismo y los ritos satánicos. Sin embargo, Eugenio Masías ingresó al camino de Dios y ahora difunde la Palabra del Señor.
Eugenio Masías Corbacho vivió muchos años asistiendo a rituales de culto al diablo. Era común verlo ante una gran estrella de cinco puntas invertida, viviendo en el mundo de las tinieblas. Se sometía a Zarabanda, deidad de los satánicos, a quien alababa a los cuatro vientos. Por mucho tiempo, su comunicación con Satanás fue constante y asistía con frecuencia a las misas negras.
 Como la mayoría de sus contemporáneos, nació en el seno de un hogar en el que Cristo sólo era una figura decorativa. Es el sexto de once hermanos y pasó sus primero años en medio de la violencia paterna, aprisionado por un sinfín de carencias económicas y afectivas.
Con el paso de los años, este cuadro familiar fue agudizándose y terminó por deformarlo hasta convertirlo en un individuo agresivo. Por ello, sus amigos del barrio lo apodaron “Atila”, un sobrenombre que no hacía más que retratar su crueldad como producto de una familia disfuncional. Una brutalidad que, además, hizo derramar muchas lágrimas y lamentos a su madre.
EL MUNDO DE LAS TINIEBLAS
Niño inquieto y travieso, Eugenio tenía tan sólo 5 años cuando experimentó su primer contacto con el mundo de la oscuridad, materializada en forma de anciano que se presentó en su casa. Sin embargo, cuando lo contó, nadie le tomó mayor importancia y el asunto quedó registrado apenas como una anécdota más de la familia Masías Corbacho.
Después, conforme fue creciendo en las calles de la capital del Perú, los eventos extraños se fueron incrementando. Hasta que ocurrió la trágica defunción de su hermana Gladys, atropellada por un camión el 6 de abril de 1970, y Eugenio recibió el beso de la muerte. Allí se resquebrajó su endeble confianza religiosa y creció su resentimiento.
Durante la juventud, Masías empezó a desarrollar una extraña fascinación: visitar los cementerios de Lima. Hacía eso mientras se las ingeniaba para ganar dinero y contribuir a las arcas familiares. Para entonces sus puños eran ampliamente reconocidos, tenía la triste fama de belicoso y ya nadie lo llamaba por su nombre original.
“Era un muchacho peleador y salsero que me gusta estar siempre en forma. Sin embargo, lo más extraño de mí era mi atracción por los cementerios. Me gustaba ir con mis enamoradas, incluso con mi actual esposa María Rosa, y pasearme entre las tumbas y sentir el olor a muerte”, recuerda.
Cuando culminó la secundaria, se unió al Ejército del Perú y acrecentó su comportamiento violento. “Salía a cazar perros y gatos y los mataba para beber su sangre. Por aquellos días estaba muy endemoniado”, dice.
Después, a pesar de que solía acudir a misas y procesiones católicas, con inusitado interés se vinculó a un grupo de personas del distrito de Breña que a través de la güija, un tablero dotado de letras y números, entablaba una supuesta comunicación con “espíritus”. Fue allí que Eugenio se acercó aún más al terreno dominado por Satanás.
En ese mismo periodo de tiempo, en los inicios de los años ochenta, contrajo matrimonio con su novia María Rosa, quien había quedado embarazada.
DEL INFIERNO A LA REDENCIÓN
A Masías, que durante aproximadamente cinco años fue “amigo” de un espíritu diabólico llamado Luis, se le presentó de pronto la posibilidad de emigrar a los Estados Unidos luego de un enlace tormentoso que tuvo su mayor punto de violencia cuando le lastimó el rostro a su suegro.
Entonces se hizo aliado de gente con influencias y partió a Norteamérica en 1989 tras abandonar a su familia. De hecho, y gracias a su ingenio y astucia, la alianza con aquellas personas no era más que un punto adicional en su cadena de acciones negativas. Pícaro y desvergonzado, Eugenio pasó a formar parte de una red clandestina de inmigración ilegal que hacia ingresar a indocumentados al gigante de América del Norte.
No obstante haber escuchado la Palabra de Dios, por intermedio de su esposa y de uno de sus hermanos, Masías Corbacho prosiguió con su accionar desafortunado y en unos de sus periplos, cuando se encontraba en territorio colombiano, fue encarcelado.
Posteriormente, salió de la cárcel. Sin embargo, persistió en el mal camino y ya en suelo americano se dedicó a diferentes labores con la idea de amasar la mayor cantidad de dinero posible. Así fue que consiguió un rentable trabajo como tramitador de seguros, gracias al cual sus ganancias se elevaron, hasta que un conocido de su época militar lo sumergió en una secta que adoraba a Satanás.
Metido por completo en el mundo de las tinieblas, Masías trabajó por muchos meses hasta que cierto día conoció a una hermana evangélica que necesita de sus servicios como tramitador. Fue el momento del cambio.
A partir de ese instante, este hombre que adornaba su cuerpo con joyas de oro, se burlaba del cristianismo y realizaba ritos y sacrificios satánicos en honor a Changó, Yemayá, Elegguá y otros dioses de la religión yoruba, nunca más volvió a ser el mismo.
En una campaña, el Dios Altísimo lo atravesó con su Palabra y según su propio juicio “lo rescató del infierno en el que se encontraba” para “predicar Su Palabra y hablarle al mundo de las buenas nuevas”. Era la respuesta a las incesantes oraciones de la esposa de Masías. El Creador intervino para darle un vuelco completo a la vida del hombre de origen peruano que, en aquel momento, se encontraba radicado en los Estados Unidos.
En la actualidad, con cerca de dos décadas como parte del rebaño del Señor, Eugenio Masías expone su conversión y está tan convencido de la supremacía de Dios sobre el diablo que no escatima palabras a la hora de advertir a la humanidad sobre los peligros que nos acechan como el ocultismo.
“Los ritos diabólicos existen y son reales. Sólo el Salvador pudo librarme de todo aquello y transformar mi horrenda existencia. Hace casi veinte años que le sirvo sólo a Jesucristo y desde que me perdonó no he parado de predicar Su Palabra. Yo deseo que todo el mundo conozca que el cielo es real y que la salvación está al alcance de cualquier persona que tenga fe”, expresa.
Eugenio, nacido el 19 de octubre de 1961 en la ciudad de Lima, ahora difunde la Palabra en la urbe de Cusco donde es pastor del Movimiento Misionero Mundial en la República de Perú.

FUENTE: IMPACTO EVANGELÍSTICO

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