Fue boxeador, cantante de salsa y luchó
en la Guerra de Vietnam. Creía que el dinero y la fama brindaban
felicidad. Se empantanó en las drogas. Tocó fondo y desde las
profundidades fue salvado por el Señor. La vida de Eduardo Correa
Angleró, otra certificación del poder de Dios.
La biografía de Eduardo Correa Angleró
no sólo está íntimamente ligada al mundo del boxeo, o a la Guerra de
Vietnam o a la música salsa, la fama, las drogas, el alcohol, la muerte y
la maldad. También es la historia de reedificación de un ser humano
devastado por una oscura existencia, por el peso de sus propios errores y
pecados y su posterior incorporación dentro del pueblo de Jesucristo.
Un testimonio que plasma la complicada vida de un mortal más, nacido en
la isla de Puerto Rico el 9 de agosto de 1954, que en el peor momento de
su existencia se entregó al Todopoderoso e inició un cambio que lo guió
al camino de la verdad.
Quinto de ocho hermanos, Correa se crió
bajo el influjo de una familia muy particular en la ciudad
puertorriqueña de San José. Su madre Julia Angleró era alcohólica y
solía practicar ritos paganos como el espiritismo. En tanto que su
padre, Octavio Correa, era un consumado aficionado del boxeo. Además, su
tío materno, Roberto Angleró, era un incansable cantante salsero que
con el tiempo se transformó en uno de los compositores más prolíficos
del Caribe. Con un ambiente tan especial, Eduardo vivió sus primeros
años condenado a estar siempre bamboleando entre los pleitos y riñas de
sus padres, las penurias económicas y el influjo de las melodías
populares.
El pequeño Eddie, como lo llamaban en
casa, dedicó buena parte del primer tramo de su existencia a practicar
boxeo. Apoyado por su padre, y mientras conocía a los astros salseros
más reputados de Puerto Rico, se introdujo dentro del ambiente
pugilístico y en poco tiempo construyó una amplia carrera que lo llevó a
ser uno de los mejores boxeadores categoría gallo de su país. Y según
su propia versión aquello fue: “un tiempo extraño de mi vida en el que,
sin el amparo de Cristo, solía meterme en un cuadrilátero para agarrarme
a golpes y ser un temido boxeador como lo deseaba mi padre. Allí, en
ese mundo salvaje, hice amistades como el tres veces campeón mundial
Wilfredo Gómez”.
Sin embargo, Correa no sólo se limitó a
recorrer los caminos del boxeo. Entrando a la juventud, y de la mano de
su tío Roberto, se sumergió en el ambiente musical puertorriqueño e
intentó ser cantante. Fue en ese momento que explotó su vena artística y
recorrió todo Puerto Rico para subirse a cuanto escenario se le pusiera
al frente. Después, a inicios de los años setenta, y siempre guiado por
su tío compositor que ya escribía temas para la agrupación musical El
Gran Combo, ganó el Primer Festival de Salsa organizado en su país y
probó las mieles de la fama. Entonces, Eduardo fundó su propia orquesta
salsera a la que llamó “Conjunto Tropical”.
LA GUERRA DE VIETNAM
Capaz de cambiar el rumbo de su destino,
Eddie un buen día decidió dejar la música por un tiempo para unirse a
las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Siempre arriesgado y
temerario, cayó seducido ante las ofertas económicas y educativas que
ofrecía en aquel momento el Ejército americano. Poco le importó que el
mundo observara con horror la Guerra de Vietnam, en la que intervenía el
Gigante del Norte, y que él incluso podía pagar con su propia vida el
precio de su osadía. Armó las maletas y se inscribió en West Point, la
Academia Militar de los Estados Unidos, y cuando completó su etapa de
instrucción, luego de casarse con María Teresa Sánchez, se incorporó
como oficial voluntario.
Enviado al sudeste asiático, como parte
de las Fuerzas Especiales del Ejército estadounidense, intervino del
conflicto armado entre americanos y vietnamitas. Aún de espaldas al
Señor, experimentó el periodo final del conflicto que cobró la vida de
alrededor de dos millones de civiles y constituyó la primera derrota de
los Estados Unidos desde su independencia. Cuatro décadas después,
cuenta lo ocurrido: “fue una de las guerras más cruentas. Era consciente
de eso, porque gracias a Dios, que aunque no creía en Él, siempre me
pude dar cuenta del mal que se causó. Allí se tuvo que matar a muchos
civiles. Era la vida de ellos o la nuestra”.
Luego, en la década de los ochenta,
también participó de la Invasión de Granada, una operación militar
americana realizada el 25 de octubre de 1983 en suelo granadino, que
derivó en su primer contacto cercano con Dios. Todo sucedió tras un
accidente en plena acción de combate que le malogró la columna vertebral
y lo dejó postrado por mucho tiempo. En ese instante su esposa, quien
había aceptado a Jesús como su Salvador, oró por su recuperación y le
habló del Dios Todopoderoso. Sin embargo, y pese a su completo
restablecimiento después de tres operaciones, Correa no atendió el
llamado del Altísimo y continuó con su andar sin rumbo por el mundo.
FAMA Y CONVERSIÓN
Como el protagonista de una película de
aventuras, Eduardo volvió a incursionar en la música y a lo largo de
los años ochenta edificó una trayectoria vasta en la que se codeó con
reconocidos cantantes como Héctor Lavoe, Celia Cruz, Ismael Miranda,
Ricardo Rey, los hermanos Palmieri o Tito Puente. Durante esos años, en
los que su voz se hizo escuchar en varias de las mejores agrupaciones y
conjuntos salseros, también amasó una pequeña fortuna y viajó por casi
toda Latinoamérica. En ese mismo tiempo sucumbió ante las drogas y
lentamente se fue hundiendo en la espiral de los estupefacientes que
puebla el ambiente artístico.
A comienzos de la década del noventa,
Eddie Correa, como se hacía llamar dentro de la atmósfera salsera, se
fue en picada y dejó que las drogas gobernaran su día a día. Las
consecuencias se evidenciaron de inmediato. Así se volvió una sombra
andante, que existía para consumir crack, cocaína, marihuana, heroína y
barbitúricos, y coqueteó con la muerte innumerables ocasiones. En una de
esas oportunidades decidió suicidarse con un revólver, cargado con seis
balas, que en el momento cumbre se trabó y no disparó ningún proyectil.
Luego de ese fallido intento (1993), su esposa, quien no lo había
dejado pese a todo, dejó a Cristo la tarea de rescatarlo.
Entonces, cuando Eduardo, como un loco,
empezó a vagabundear por las calles de Puerto Rico y se alimentaba de
desperdicios, Dios se manifestó en su vida a través de unos ancianos
llamados María y Julio. La pareja, al buscar a su hijo drogadicto, lo
ubicó intoxicado y como buenos samaritanos lo cobijaron dentro de su
hogar. Fue en ese momento que Correa empezó a quejarse ante el Creador
por su desafortunada existencia y sólo atinó a leer una Biblia que le
había regalado su esposa. Al poco tiempo, en seguida de maravillarse con
las Santas Escrituras, empezó a gritar “Dios es bueno, Dios es bueno,
Dios es bueno…” y se convirtió al Evangelio.
En la actualidad, luego de un proceso
exitoso de cristianización que lo reinsertó en la sociedad, Eduardo
Correa Angleró congrega en la Iglesia “La Finca”, unos de los templos
del Movimiento Misionero Mundial de Puerto Rico, y existe sólo para
Jesucristo. Con cerca de veinte años dentro del pueblo del Señor, sirve
al Salvador por intermedio de sus cantos y principalmente a través de
una incansable labor evangelística que incluye visitas a cárceles y
centros de rehabilitación. Lejos han quedado para él los tiempos en el
boxeo, la música o las Fuerzas Especiales del Ejército americano, porque
según confiesa “Dios es el único que pudo transformar mi horrible
existencia”
FUENTE: IMPACTO EVANGELÍSTICO
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