martes, 25 de septiembre de 2012

Rescatando al soldado Eddie



 Fue boxeador, cantante de salsa y luchó en la Guerra de Vietnam. Creía que el dinero y la fama brindaban felicidad. Se empantanó en las drogas. Tocó fondo y desde las profundidades fue salvado por el Señor. La vida de Eduardo Correa Angleró, otra certificación del poder de Dios.
La biografía de Eduardo Correa Angleró no sólo está íntimamente ligada al mundo del boxeo, o a la Guerra de Vietnam o a la música salsa, la fama, las drogas, el alcohol, la muerte y la maldad. También es la historia de reedificación de un ser humano devastado por una oscura existencia, por el peso de sus propios errores y pecados y su posterior incorporación dentro del pueblo de Jesucristo. Un testimonio que plasma la complicada vida de un mortal más, nacido en la isla de Puerto Rico el 9 de agosto de 1954, que en el peor momento de su existencia se entregó al Todopoderoso e inició un cambio que lo guió al camino de la verdad.
Quinto de ocho hermanos, Correa se crió bajo el influjo de una familia muy particular en la ciudad puertorriqueña de San José. Su madre Julia Angleró era alcohólica y solía practicar ritos paganos como el espiritismo. En tanto que su padre, Octavio Correa, era un consumado aficionado del boxeo. Además, su tío materno, Roberto Angleró, era un incansable cantante salsero que con el tiempo se transformó en uno de los compositores más prolíficos del Caribe. Con un ambiente tan especial, Eduardo vivió sus primeros años condenado a estar siempre bamboleando entre los pleitos y riñas de sus padres, las penurias económicas y el influjo de las melodías populares.
El pequeño Eddie, como lo llamaban en casa, dedicó buena parte del primer tramo de su existencia a practicar boxeo. Apoyado por su padre, y mientras conocía a los astros salseros más reputados de Puerto Rico, se introdujo dentro del ambiente pugilístico y en poco tiempo construyó una amplia carrera que lo llevó a ser uno de los mejores boxeadores categoría gallo de su país. Y según su propia versión aquello fue: “un tiempo extraño de mi vida en el que, sin el amparo de Cristo, solía meterme en un cuadrilátero para agarrarme a golpes y ser un temido boxeador como lo deseaba mi padre. Allí, en ese mundo salvaje, hice amistades como el tres veces campeón mundial Wilfredo Gómez”.
Sin embargo, Correa no sólo se limitó a recorrer los caminos del boxeo. Entrando a la juventud, y de la mano de su tío Roberto, se sumergió en el ambiente musical puertorriqueño e intentó ser cantante. Fue en ese momento que explotó su vena artística y recorrió todo Puerto Rico para subirse a cuanto escenario se le pusiera al frente. Después, a inicios de los años setenta, y siempre guiado por su tío compositor que ya escribía temas para la agrupación musical El Gran Combo, ganó el Primer Festival de Salsa organizado en su país y probó las mieles de la fama. Entonces, Eduardo fundó su propia orquesta salsera a la que llamó “Conjunto Tropical”.
LA GUERRA DE VIETNAM
Capaz de cambiar el rumbo de su destino, Eddie un buen día decidió dejar la música por un tiempo para unirse a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Siempre arriesgado y temerario, cayó seducido ante las ofertas económicas y educativas que ofrecía en aquel momento el Ejército americano. Poco le importó que el mundo observara con horror la Guerra de Vietnam, en la que intervenía el Gigante del Norte, y que él incluso podía pagar con su propia vida el precio de su osadía. Armó las maletas y se inscribió en West Point, la Academia Militar de los Estados Unidos, y cuando completó su etapa de instrucción, luego de casarse con María Teresa Sánchez, se incorporó como oficial voluntario.
Enviado al sudeste asiático, como parte de las Fuerzas Especiales del Ejército estadounidense, intervino del conflicto armado entre americanos y vietnamitas. Aún de espaldas al Señor, experimentó el periodo final del conflicto que cobró la vida de alrededor de dos millones de civiles y constituyó la primera derrota de los Estados Unidos desde su independencia. Cuatro décadas después, cuenta lo ocurrido: “fue una de las guerras más cruentas. Era consciente de eso, porque gracias a Dios, que aunque no creía en Él, siempre me pude dar cuenta del mal que se causó. Allí se tuvo que matar a muchos civiles. Era la vida de ellos o la nuestra”.
Luego, en la década de los ochenta, también participó de la Invasión de Granada, una operación militar americana realizada el 25 de octubre de 1983 en suelo granadino, que derivó en su primer contacto cercano con Dios. Todo sucedió tras un accidente en plena acción de combate que le malogró la columna vertebral y lo dejó postrado por mucho tiempo. En ese instante su esposa, quien había aceptado a Jesús como su Salvador, oró por su recuperación y le habló del Dios Todopoderoso. Sin embargo, y pese a su completo restablecimiento después de tres operaciones, Correa no atendió el llamado del Altísimo y continuó con su andar sin rumbo por el mundo.
FAMA Y CONVERSIÓN
 Como el protagonista de una película de aventuras, Eduardo volvió a incursionar en la música y a lo largo de los años ochenta edificó una trayectoria vasta en la que se codeó con reconocidos cantantes como Héctor Lavoe, Celia Cruz, Ismael Miranda, Ricardo Rey, los hermanos Palmieri o Tito Puente. Durante esos años, en los que su voz se hizo escuchar en varias de las mejores agrupaciones y conjuntos salseros, también amasó una pequeña fortuna y viajó por casi toda Latinoamérica. En ese mismo tiempo sucumbió ante las drogas y lentamente se fue hundiendo en la espiral de los estupefacientes que puebla el ambiente artístico.
 A comienzos de la década del noventa, Eddie Correa, como se hacía llamar dentro de la atmósfera salsera, se fue en picada y dejó que las drogas gobernaran su día a día. Las consecuencias se evidenciaron de inmediato. Así se volvió una sombra andante, que existía para consumir crack, cocaína, marihuana, heroína y barbitúricos, y coqueteó con la muerte innumerables ocasiones. En una de esas oportunidades decidió suicidarse con un revólver, cargado con seis balas, que en el momento cumbre se trabó y no disparó ningún proyectil. Luego de ese fallido intento (1993), su esposa, quien no lo había dejado pese a todo, dejó a Cristo la tarea de rescatarlo.
 Entonces, cuando Eduardo, como un loco, empezó a vagabundear por las calles de Puerto Rico y se alimentaba de desperdicios, Dios se manifestó en su vida a través de unos ancianos llamados María y Julio. La pareja, al buscar a su hijo drogadicto, lo ubicó intoxicado y como buenos samaritanos lo cobijaron dentro de su hogar. Fue en ese momento que Correa empezó a quejarse ante el Creador por su desafortunada existencia y sólo atinó a leer una Biblia que le había regalado su esposa. Al poco tiempo, en seguida de maravillarse con las Santas Escrituras, empezó a gritar “Dios es bueno, Dios es bueno, Dios es bueno…” y se convirtió al Evangelio.
 En la actualidad, luego de un proceso exitoso de cristianización que lo reinsertó en la sociedad, Eduardo Correa Angleró congrega en la Iglesia “La Finca”, unos de los templos del Movimiento Misionero Mundial de Puerto Rico, y existe sólo para Jesucristo. Con cerca de veinte años dentro del pueblo del Señor, sirve al Salvador por intermedio de sus cantos y principalmente a través de una incansable labor evangelística que incluye visitas a cárceles y centros de rehabilitación. Lejos han quedado para él los tiempos en el boxeo, la música o las Fuerzas Especiales del Ejército americano, porque según confiesa “Dios es el único que pudo transformar mi horrible existencia”

FUENTE: IMPACTO EVANGELÍSTICO

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