Su
madre viajó a esa selvática ciudad con solo 22 años, tras el deceso de
su conyugue. Lejos de su tierra natal y con cuatro hijos llegó a la casa
de una mujer quien la alojó al verla pérdida en un lugar donde no
conocía a nadie.
Junto a esa señora, la joven madre comenzó a trabajar para sostener a su familia.
Hasta
que un día conoció a un hombre mayor que se convirtió en su pareja
sentimental, pensando que él sería el amor de su vida. Sin embargo, se
convirtió en el calvario suyo y de sus hijos.
Una
noche, este hombre comenzó a asechar a la hermana mayor de Gustavo. Sus
hermanos se lo contaron a su madre, pero ella tuvo miedo a perder el
sustento económico que ese individuó le brindaba, prefirió guardar
silencio.
Desde
los once años, comenzó a lavar oro y así solventar a su familia. Allí
fue testigo de la prostitución, diversión banal y borracheras.
En
su adolescencia Gustavo comenzó a sembrar hoja de coca, influenciado
por el narcotráfico que rondaba las zonas de la ceja de selva. Sin
educación básica, no encontró otra salida y se dedicó a este sembrío.
Mundo violento
Ese
ilícito negocio hizo que su economía mejore. Poco a poco fue
integrándose al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), un
sangriento grupo terrorista que violentó al Perú en la década de los
ochenta y noventa.
Luego
de un tiempo, Mautino decidió escapar de estos sediciosos. Tras nadar
durante horas por el río Huallaga, logró liberarse de ellos. Fue así que
llegó a la ciudad de Tingo María donde estaba su familia.
Al
día siguiente, miembros del MRTA lo fueron a buscar pero no lo
encontraron. Mautino prefirió refugiarse en el Ejército, creyendo que
así podría cambiar y ser un hombre de bien.
Destacado
al pueblo de Venenillo, un 29 de agosto del año 1990, los terroristas
atacaron a su puesto de vigilancia donde fallecieron 29 soldados, y un
teniente. Desde ese momento, su odio empezó a acrecentarse por aquella
gente que cobró la vida de sus amigos.
Al
terminar su servicio militar, comenzó a involucrarse con una banda de
asaltantes utilizando delincuencialmente sus conocimientos en armas y
también se reactivó en el sembrío de hoja de coca. Inclusive, utilizaban
a niños para transportar droga.
Comenzó
a tener tan poca estima por su vida, llegó al extremo de practicar el
mortal juego la “Ruleta Rusa” (una práctica suicida en la que se le
coloca una bala en una pistola y se pispara al azar).
La voz de Dios
En
el 2001 llegó a Lima, para buscar un trabajo digno, pero las amistades
que encontró en la capital lo envolvieron nuevamente en el mundo de la
venta de estupefacientes.
Enviaba cápsulas de drogas al extranjero. Sin embargo, tras su primer intento cayó preso en el penal Sarita Colonia del Callao.
Cinco
meses de sufrimiento vivió en prisión. Pero luego de este tiempo Dios
le habló personalmente en su celda: “Gustavo, levántate”, fue la voz que
retumbó en su ser. En ese momento sintió que su alma se apartó de su
cuerpo y nuevamente escuchó: “Hijo, eres una persona útil para mi Obra”.
Inmediatamente
cayó rendido a los pies de Cristo y entre llantos y lágrimas logró
pronunciar: “Dios mío si tú existes ayúdame y sálvame”. Ese sábado 23
de enero, Dios llegó a para elegirlo y Gustavo aceptó.
Fue
así que Dios transformó a ese hombre insensible en una persona con un
corazón lleno de amor. “Nunca sentí el amor que tanto estaba buscando,
empecé a querer gritar y de decirle a todos lo que le había pasado, que
Dios me amaba”, cuenta el protagonista de esta historia.
Desde esa fecha Gustavo vive para Cristo y daría su vida por Él.
Fuente: Movimiento Misionero Mundial
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