martes, 16 de octubre de 2012

“Cristo le dio valor a mi vida”


 Gustavo Mautino es oriundo de Juanjuí en el departamento de San Martín. Él nunca pudo conocer a su padre, debido a la muerte de su progenitor antes de su nacimiento.
Su madre viajó a esa selvática ciudad con solo 22 años, tras el deceso de su conyugue. Lejos de su tierra natal y con cuatro hijos llegó a la casa de una mujer quien la alojó al verla pérdida en un lugar donde no conocía a nadie.
Junto a esa señora, la joven madre comenzó a trabajar para sostener a su familia.
Hasta que un día conoció a un hombre mayor que se convirtió en su pareja sentimental, pensando que él sería el amor de su vida. Sin embargo, se convirtió en el calvario suyo y de sus hijos.
Una noche, este hombre comenzó a asechar a la hermana mayor de Gustavo. Sus hermanos se lo contaron a su madre, pero ella tuvo miedo a perder el sustento económico que ese individuó le brindaba, prefirió guardar silencio.
Desde los once años, comenzó a lavar oro y así solventar a su familia. Allí fue testigo de la prostitución,  diversión banal y borracheras.
En su adolescencia Gustavo comenzó a sembrar hoja de coca, influenciado por el narcotráfico que rondaba las zonas de la ceja de selva. Sin educación básica, no encontró otra salida y se dedicó a este sembrío.
Mundo violento
Ese ilícito negocio hizo que su economía mejore. Poco a poco fue integrándose al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), un sangriento grupo terrorista que violentó al Perú en la década de los ochenta y noventa.
Luego de un tiempo, Mautino  decidió escapar de estos sediciosos. Tras nadar durante horas por el río Huallaga, logró liberarse de ellos. Fue así que llegó a la ciudad de Tingo María donde estaba su familia.
Al día siguiente, miembros del MRTA lo fueron a buscar pero no lo encontraron. Mautino prefirió refugiarse en  el Ejército, creyendo que así podría cambiar y ser un hombre de bien.
Destacado al pueblo de Venenillo, un 29 de agosto del año 1990, los terroristas atacaron a su puesto de vigilancia donde fallecieron 29 soldados, y un teniente. Desde ese momento, su odio empezó a acrecentarse por aquella gente que cobró la vida de sus amigos.
Al terminar su servicio militar,  comenzó a involucrarse con una banda de asaltantes utilizando delincuencialmente sus conocimientos en armas y también se reactivó en el sembrío de hoja de coca. Inclusive, utilizaban a niños para transportar droga.
Comenzó a tener tan poca estima por su vida, llegó al extremo de practicar el mortal juego la “Ruleta Rusa” (una práctica suicida en la que se le coloca una bala en una pistola y se pispara al azar). 
La voz de Dios
En el 2001 llegó a Lima, para buscar un trabajo digno, pero las amistades que encontró en la capital lo envolvieron nuevamente en el mundo de la venta de estupefacientes.
Enviaba cápsulas de drogas al extranjero. Sin embargo, tras su primer intento cayó preso en el penal Sarita Colonia del Callao.
Cinco meses de sufrimiento vivió en prisión.  Pero luego de este tiempo Dios le habló personalmente en su celda: “Gustavo, levántate”, fue la voz que retumbó en su ser. En ese momento sintió que su alma se apartó de su cuerpo y nuevamente escuchó: “Hijo, eres una persona útil para mi Obra”.
Inmediatamente cayó rendido a los pies de Cristo y entre llantos y lágrimas logró pronunciar: “Dios mío  si tú existes ayúdame y sálvame”. Ese sábado 23 de enero, Dios llegó a para elegirlo y  Gustavo aceptó.
Fue así que Dios transformó a ese hombre insensible en una persona con un corazón lleno de amor. “Nunca sentí el amor que tanto estaba buscando, empecé a querer gritar y de decirle a todos lo que le había pasado, que Dios me amaba”, cuenta el protagonista de esta historia.
Desde esa fecha Gustavo vive para Cristo y daría su vida por Él.

Fuente: Movimiento Misionero Mundial

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