miércoles, 10 de octubre de 2012

“Gracias Cristo por salvar mi hogar”

 Pablo Quinto probó el sabor de la tristeza desde temprana edad. Lejos de sus padres tuvo que vivir con sus abuelos y con tan solo ocho años falleció uno de ellos, teniendo que ser criado por su abuela, quien moriría años despues.
Al verse solo a los 13 años decidió mudarse a Lima. Vivió con sus progenitora y su padrastro, pero nada era igual, ella  no lo trataba como a un hijo, sino como a un empleado. Su padre político, quien prometió ayudarlo, tambien falleció. Su única familia era su madre.
Pablo trabajaba de día y estudiaba de noche. Discutía mucho con su madre porque no comprendía la razón de su maltrato, comenzó a sentir un oscuro impulso que lo motivava a acabar con la vida de su único pariente.
Cuando comenzó a ganar dinero, conoció a un grupo de malhechores con quienes salía a “disipar las penas” constantemente. Esas malas juntas también intentaron iniciarlo en el consumo de drogas, pero él sabía que eso sería su ruina y nunca aceptó los ofrecimientos.
Esas personas tambien le solicitaron que forme parte de sus fechorías. Es así que le piden que  sirva de “campana” (individuo que alerta la presencia de alguien que pueda frustar el acto delictivo) durante un robo. Pero algo le hizo sentir que por un pequeño error su vida podría ser  tormento en prisión.
Al poco tiempo empezó a trabajar en una fábrica de helados, fue así que le empezó a gustar la electricidad y comenzó a estudiar para especilarse ese oficio.
En medio de esto, siempre visitaba la bodega de su futura suegra, donde conoció a una joven vendedora que le gustaba mucho y poco a poco fue naciendo una relación entre ambos.
Pero ella era creyente. No obstante, dejó todo por el amor que sentía por aquel muchacho, llegando al punto de dejar a su familia para irse con él.
Durante la convivencia la jóven notó que el hombre alegre y cariñoso que conoció se había transformado en un sujeto malhumorado y ebrio. Lamentó haberse apartado de los caminos del Señor para vivir un verdadero suplicio.

Cambio de rumbo

Ya con 2 hijos, la muchacha llamada Flavia, decidió reconciliarse con el Señor. Fue así que volvió a formar parte del Cuerpo de Cristo. Sin embargo, su corazón no era completamente feliz porque deseaba que su esposo cambie por su bien y el de sus pequeñas.
Siempre trató de involucrarlo en las cosas de Dios. De vez en cuando lo llevaba a campañas o a diversas actividades cristianas.
Un día fue a recoger a su esposa del templo al que ella asistía. Mientras estaba esperando a las afueras del recinto comenzó a escuchar el mensaje de Dios predicado por el pastor.
Repentinamente, Pablo estaba dentro del lugar y al escuchar el llamado no resistió levantar sus manos. Fue así que dio un paso de fe y entregó su vida a Cristo, en ese momento sintió un amor que llenaba su corazón. “Era Dios quien me quebrantó y me hizo una nueva criatura”, cuenta el protagonista de esta historia.
Desde ese día todo cambió para bien. Hoy junto a su esposa y sus seis hijas le sirven al Jesucristo en la Iglesia del Movimiento Misonero Mundial de Santa Anita-Lima.

Fuente: Movimiento Misionero Mundial

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