Pablo
Quinto probó el sabor de la tristeza desde temprana edad. Lejos de sus
padres tuvo que vivir con sus abuelos y con tan solo ocho años falleció
uno de ellos, teniendo que ser criado por su abuela, quien moriría años
despues.
Al
verse solo a los 13 años decidió mudarse a Lima. Vivió con sus
progenitora y su padrastro, pero nada era igual, ella no lo trataba
como a un hijo, sino como a un empleado. Su padre político, quien
prometió ayudarlo, tambien falleció. Su única familia era su madre.
Pablo
trabajaba de día y estudiaba de noche. Discutía mucho con su madre
porque no comprendía la razón de su maltrato, comenzó a sentir un oscuro
impulso que lo motivava a acabar con la vida de su único pariente.
Cuando
comenzó a ganar dinero, conoció a un grupo de malhechores con quienes
salía a “disipar las penas” constantemente. Esas malas juntas también
intentaron iniciarlo en el consumo de drogas, pero él sabía que eso
sería su ruina y nunca aceptó los ofrecimientos.
Esas
personas tambien le solicitaron que forme parte de sus fechorías. Es
así que le piden que sirva de “campana” (individuo que alerta la
presencia de alguien que pueda frustar el acto delictivo) durante un
robo. Pero algo le hizo sentir que por un pequeño error su vida podría
ser tormento en prisión.
Al
poco tiempo empezó a trabajar en una fábrica de helados, fue así que le
empezó a gustar la electricidad y comenzó a estudiar para especilarse
ese oficio.
En
medio de esto, siempre visitaba la bodega de su futura suegra, donde
conoció a una joven vendedora que le gustaba mucho y poco a poco fue
naciendo una relación entre ambos.
Pero
ella era creyente. No obstante, dejó todo por el amor que sentía por
aquel muchacho, llegando al punto de dejar a su familia para irse con
él.
Durante
la convivencia la jóven notó que el hombre alegre y cariñoso que
conoció se había transformado en un sujeto malhumorado y ebrio. Lamentó
haberse apartado de los caminos del Señor para vivir un verdadero
suplicio.
Cambio de rumbo
Ya
con 2 hijos, la muchacha llamada Flavia, decidió reconciliarse con el
Señor. Fue así que volvió a formar parte del Cuerpo de Cristo. Sin
embargo, su corazón no era completamente feliz porque deseaba que su
esposo cambie por su bien y el de sus pequeñas.
Siempre trató de involucrarlo en las cosas de Dios. De vez en cuando lo llevaba a campañas o a diversas actividades cristianas.
Un
día fue a recoger a su esposa del templo al que ella asistía. Mientras
estaba esperando a las afueras del recinto comenzó a escuchar el mensaje
de Dios predicado por el pastor.
Repentinamente,
Pablo estaba dentro del lugar y al escuchar el llamado no resistió
levantar sus manos. Fue así que dio un paso de fe y entregó su vida a
Cristo, en ese momento sintió un amor que llenaba su corazón. “Era Dios
quien me quebrantó y me hizo una nueva criatura”, cuenta el protagonista
de esta historia.
Desde
ese día todo cambió para bien. Hoy junto a su esposa y sus seis hijas
le sirven al Jesucristo en la Iglesia del Movimiento Misonero Mundial de
Santa Anita-Lima.
Fuente: Movimiento Misionero Mundial
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