La biografía de Fernando Ñaupari Buendía es una historia de transformación y redención. Una vivencia de cambios, conflictos, desencuentros y dolor; pero también de mucho amor, perdón y salvación. Tenía ocho años cuando fue violado en una escuela de La Oroya, por un maestro, e ingresó de inmediato a un mundo donde la prostitución, el pecado, la homosexualidad, el alcohol y el dinero se convirtieron en parte de su cotidianeidad durante cerca de treinta años. Hasta que un día del año 2000, aquel varón, que incluso llegó a cambiarse de sexo y adoptar legalmente el nombre de Claudia, encontró en París, Francia, la Palabra de Dios y cruzó el primer peldaño para convertirse en un guerrero de la fe de Jesucristo.
Once años después, y luego de un largo
camino, Fernando tiene claro cuál es el núcleo de su transformación:
Dios. “El Señor cambió mi vida. Gracias a él me liberé de las garras del
diablo, encontré la paz que tanto ansiaba y dejé atrás el pecado, junto
a una vida sin sentido, y hoy soy un hombre nuevo que tiene el corazón
lleno del amor de Cristo”, relata. Habla con una voz fuerte y grave, en
medio de la Iglesia Central del Movimiento Misionero Mundial de Lima, y
aclara que apela “a la bendición del Todopoderoso” para relatar de la
mejor forma su testimonio con el firme objetivo de que el mundo entero,
principalmente las familias peruanas, conozcan que el único camino a la
Salvación es Cristo.
Sus palabras provienen de la verdad que
vive hoy. “El pecado llegó a mi vida por desconocimiento de la palabra
de Dios por parte de mis padres. Ellos eran católicos, vivían de
espaldas a la verdad, adoraban imágenes, (Éxodo 20:4) practicaban el
adulterio y me descuidaron. Fue por ello que los demonios de la
homosexualidad a causa de la idolatria empezaron a operar en mi
existencia”, narra con realismo. Luego, con las Sagradas Escrituras
entre sus manos, revela que “desde muy niño me gustaron los vestidos,
las muñecas y todas las cosas que le suelen agradar a las niñas”. Acto
seguido, enmudece. El recuerdo lo abruma.
El hombre, que hoy viaja por el mundo
difundiendo la Palabra de Jesucristo, luce lloroso. Como si de pronto le
costara retroceder el tiempo y volver a aquellos días de su infancia
transcurridos en las contaminadas calles de La Oroya. Sin embargo,
coloca punto final a las lágrimas que inundan su rostro y dice: “yo no
pedí ser homosexual. A mí me violaron y nunca dije nada en casa por
miedo a que mi padre me golpeara porque él era muy violento, tomaba
demasiado y gastaba su dinero en mujeres”. Segundos después, prosigue:
“después de la violación terminé convertido en un chico rebelde. Fue
allí donde empecé a vestirme con ropas de mujer, a llegar ebrio a mi
casa y a tener sexo con mis compañeros del colegio”.
Ñaupari prosigue el repaso de su vida.
“En mi casa cuando vieron que me iba convirtiendo en un pequeño
homosexual me quisieron cambiar a golpes. Pero no hubo caso y mi padre,
cansado de mi conducta, me botó a la calle a la edad de trece años”,
revela. Entonces, mientras partía como un rayo hacia la capital del
Perú, dice que su mente anidaba el objetivo de transformarse “por
completo en una mujer”. Así llegó a Lima, a mediados de los setenta, y
tras vivir dos años con unos parientes se empleó en un bar del Jirón
Junín, en pleno Centro Histórico. Allí empezó a prostituirse.
La metamorfosis
Tiempo después, con mucho dinero fruto
de la prostitución y una peluquería que usaba como fachada, comenzó su
transformación. Fernando pasó a ser parte del pasado y nació Claudia, su
otro yo. Fue uno de los primeros peruanos en someterse a una operación
de cambio de sexo. “En ese tiempo no me importaba nada más que llegar a
ser una mujer. Por eso cuando pude me operé. Aunque el proceso fue
doloroso y tardé tres meses en tener una vida normal, para mí en ese
momento era lo máximo”, reconoce.
Al igual que otros homosexuales,
Ñaupari, revestido con la piel de Claudia, ingresó a una etapa de
desenfreno para proseguir su mutación de hombre a mujer. Primero, a
mitad de los ochenta, ya como portador de un documento de identidad con
foto femenina, viajó a Brasil para terminar de perfeccionar su anatomía y
prostituirse en las calles de Río de Janeiro en Brasil. De allí pasó a
Milán, Italia, donde se quedó un par de años y fue testigo de excepción
de la oleada de homosexuales peruanos que inundó la península itálica a
inicios de los noventa. Luego, cansado de ver morir a sus colegas uno
tras otro atacados por el Sida, se estableció en Francia y continuó
transitando la calle y el alcohol. Al respecto, sentencia: “¿No sabéis
que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis, ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni
los que se echan con varones o homosexuales, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores
heredarán el reino de Dios (I Corintios 6:9)”.
El esclavo se libera
Fernando se transporta hasta esa época.
De inmediato, le ronda entre sus labios el hecho más notable de su
estancia en París y afirma: “en Francia, mientras ejercía la
prostitución, se me presentó la posibilidad de realizar el sueño de toda
dama: unirme en matrimonio con un hombre. Para mí, que me creía mujer,
fue extraordinario y acepté de inmediato y me casé el 17 de diciembre de
1994, en Lima, cegado por el diablo”. Sin embargo, esa última pieza de
su transformación no encajó a la perfección en su estructura interior y
fue el punto de partida de su viaje de retorno. “A pesar de haber
logrado mi sueño no era feliz y sentía que mi vida estaba marcada por el
dolor”.
Ahora Ñaupari, quien estuvo casado 10
años y solía recorrer Europa cuando le “apetecía” y vestía ropa de los
mejores diseñadores del mundo, recuerda todo aquello como “un auténtico
infierno”. Una etapa dura y dolorosa: “era esclavo del pecado”. Pero
todo por fin acabó cuando descubrió la Palabra de Dios y se percató que
su existencia era un remedo de vida. Allí el poder de Jesucristo obró en
él. Extendió una mano salvadora que lo ayudó archivar al personaje de
Claudia y devolvió a la vida a Fernando. Un milagro que para este hijo
de Dios, recién reconocido nuevamente como varón por la justicia
francesa, es la mejor muestra del amor del Todopoderoso. ¿Quién puede
dudarlo?
FUENTE: IMPACTO EVANGELÍSTICO
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