Martín Hernández era un joven muy alegre del distrito de La Victoria en Lima.
En la adolescencia conoció a quien sería su enamorada, con quien pensaba compartir su vida.
Un
día al dejarla a su pareja y al retornar a su casa, sintió que algo
entró en él, notó con su pecho se comprimía. No obstante, pensó se le
pasaría sólo con dormir. Pero nunca más pudo ser más el
mismo. Tomaba tranquilizantes, se volvió violento y a la vez deprimido.
Sus amigos creyeron que le habían hecho brujería. Por eso acudió a un curandero que se ofreció a solucionar sus problemas.
“Señora
(le dijo a su madre) aquí vamos a curar a su hijo, tráigame ají,
limones, velas”, le dijo el charlatán . Seguidamente, frente al cuadro
del Señor de los Milagros, hizo un ritual y le recomendó una dieta
especial para librarlo de la maldición que arrastraba. Pero todo fue
peor.
Sus
actos eran cada vez más violentos. Inclusive, su enamorada decidió
separarse de él, a lo que Martín respondió: “Si tú me dejas, me mato”.
Decepcionado
de todo porque sus males no desaparecían, conoció a una amiga de su
mamá que era bruja quien ofreció sanarlo. “Yo sé que un día vas a venir a
mis pies”, le dijo la mujer.
Vida oscura
Cuy
y huevos fueron pasados por su rostro y pecho, al poco tiempo el
inocente animal murió. Al abrirlo, la bruja le dijo todos los males que
tenía. Finalmente, le ordenó que se lleve al roedor, que lo lance al río
y diga un conjuro para que sus males se vayan.
Mientras
se alistaba a desaparecer al animal muerto en una bolsa, se encontró
con un hermano cristiano quien vivía por su casa quien ya le había
predicado de Dios. Al contarle lo sucedido este le dijo: “Tú sabes que
ir al brujo es del diablo, que hacerse brujería es del diablo, pero el
Señor te puede cambiar”.
Martín
no pudo oírlo más. Intentó desesperadamente prender su moto para irse,
pero al jalar la palanca esta no prendía. En ese momento el hombre de
Dios puso la mano en el motor del vehículo diciendo: “En el nombre de
Jesús prende”, y enseguida arrancó.
Ya
lejos del lugar, el joven Martín pensó en lo que acababa de escuchar y
en lo que presenció. “Si el nombre de Jesús tiene poder para prender la
moto, tiene poder para sanarme”, meditaba mientras manejaba.
Al
día siguiente del oscuro ritual todo fue en picada. Su rostro se le
desfiguró, su cuerpo no le respondía, se enfermó más y escuchó una voz
que le dijo: “Esta noche te vas a morir, pero no aquí en la calle, sino
en tu casa”.
Al
sentirse tan mal comenzó a gritar “Me voy a morir”. Lo escucharon todos
los vecinos y se alteraron, comenzaron a preocuparse, enseguida
pensaron en traer al hermano que predicaba en el barrio que un día antes
habló con Martín, su nombre: Raúl Caldas.
Al
llegar el hermano oró por él. Mientras tanto, su madre tuvo una
experiencia con Dios. Vio a su hijo a los pies de la cruz y ella le
rogaba diciéndole: “Sana a mi hijo”.
Ese
día lo llevaron al templo para que el pastor de la iglesia ore por él.
Durante la entrevista con el pastor, Martín confesó sus pecados. Al
entender que Jesús era el único camino, le entrego su vida y su madre
hizo lo mismo.
Pero
el enemigo se resistía a soltarlo. Sin embargó, el se aferró a Dios y a
lo que los pastores le dijeron. Al poco tiempo, volvieron a orar por
él.
Al finalizar la oración, para Martín Hernández todo era distinto. Cristo había roto sus cadenas.
El
sintió que de verdad Dios lo había cambiado, porque luego de seis meses
sin poder dormir bien, desde ese día pudo descansar tranquilo, sintió
alegría, paz, empezó a ganar peso y los malos pensamientos se habían
ido.
Ahora junto a su esposa le sirven a Dios de corazón.
Fuente : Movimiento Misionero Mundial
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