jueves, 11 de octubre de 2012

“No hay nada ni nadie como Jesucristo”


 Martín Hernández era un joven muy alegre del distrito de La Victoria en Lima.  
En la adolescencia conoció a quien sería su enamorada, con quien pensaba compartir su vida.
Un  día al dejarla a su pareja y al retornar a su casa, sintió que algo entró en él, notó con su pecho se comprimía. No obstante, pensó se le pasaría sólo con dormir.  Pero nunca más pudo ser más el mismo. Tomaba tranquilizantes, se volvió violento y a la vez deprimido.
Sus amigos creyeron que le habían hecho brujería. Por eso acudió a un curandero que se ofreció a solucionar sus problemas.
“Señora (le dijo a su madre)  aquí vamos a curar a su hijo, tráigame ají, limones, velas”, le dijo el charlatán . Seguidamente, frente al cuadro del Señor de los Milagros, hizo un ritual y le recomendó una dieta especial para librarlo de la maldición que arrastraba. Pero todo fue peor.
Sus actos eran cada vez más violentos. Inclusive, su enamorada decidió separarse de él, a lo que Martín respondió: “Si tú me dejas, me mato”.
Decepcionado de todo porque sus males no desaparecían, conoció a una amiga de su mamá que era bruja quien ofreció sanarlo. “Yo sé que un día vas a venir a mis pies”, le dijo la mujer.
Vida oscura
Cuy y huevos fueron pasados por su rostro y pecho, al poco tiempo el inocente animal murió. Al abrirlo, la bruja le dijo todos los males que tenía. Finalmente, le ordenó que se lleve al roedor, que lo lance al río y diga un conjuro para que sus males se vayan.
Mientras se alistaba a desaparecer al animal muerto en una bolsa, se encontró con un hermano cristiano quien vivía por su casa quien ya le había predicado de Dios. Al contarle lo sucedido este le dijo: “Tú sabes que ir al brujo es del diablo, que hacerse brujería es del diablo, pero el Señor te puede cambiar”.
Martín no pudo oírlo más. Intentó desesperadamente prender su moto para irse, pero al jalar la palanca esta no prendía. En ese momento el hombre de Dios puso la mano en el motor del vehículo diciendo: “En el nombre de Jesús prende”, y enseguida arrancó.
Ya lejos del lugar, el joven Martín pensó en lo que acababa de escuchar y en lo que presenció. “Si el nombre de Jesús tiene poder para prender la moto, tiene poder para sanarme”, meditaba mientras manejaba.
Al día siguiente del oscuro ritual todo fue en picada. Su rostro se  le desfiguró, su cuerpo no le respondía, se enfermó más y  escuchó una voz que le dijo: “Esta noche te vas a morir, pero no aquí en la calle, sino en tu casa”.
Al sentirse tan mal comenzó a gritar “Me voy a morir”. Lo escucharon todos los vecinos y se alteraron, comenzaron a preocuparse, enseguida pensaron en traer al hermano que predicaba en el barrio que un día antes habló con Martín, su nombre: Raúl Caldas.
Al llegar el hermano  oró por él. Mientras tanto, su madre tuvo una experiencia con Dios. Vio a su hijo a los pies de la cruz y ella le rogaba diciéndole: “Sana a mi hijo”.
Ese día lo llevaron al templo para que el pastor de la iglesia ore por él. Durante la entrevista con el pastor, Martín confesó sus pecados. Al  entender que Jesús era el único camino, le entrego su vida y su madre hizo lo mismo.
Pero el enemigo se resistía a soltarlo. Sin embargó, el se aferró a Dios y a lo que los pastores le dijeron. Al poco tiempo, volvieron a orar por él.
Al finalizar la oración, para Martín  Hernández  todo era distinto. Cristo había roto sus cadenas.
El sintió que de verdad Dios lo había cambiado, porque luego de seis meses sin poder dormir bien, desde ese día pudo descansar tranquilo, sintió alegría, paz, empezó a ganar peso y los malos pensamientos se habían ido.
Ahora junto a su esposa le sirven a Dios de corazón.

Fuente : Movimiento Misionero Mundial

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