viernes, 5 de octubre de 2012

Te hablo desde la prisión



Creció en medio del narcotráfico, la prostitución y el terrorismo. La delincuencia era su mundo. Cleber Ariza convirtió el robo en una profesión, pero acabó preso. Quiso suicidarse, agotado de una vida licenciosa. Jamás pensó que Dios tendría ojos para él. Pero recibió una oportunidad. Hoy predica en las cárceles del Perú. Libera hombres en cuerpo y alma.
Drogas, sangre y violencia, una trilogía venenosa para el cuerpo y alma. Un estilo de vida que gobernó la vida de Cleber Ariza Barredo, mientras se obsesionaba en convertirse en el mejor asaltante a mano armada. Delinquió desde niño, sin freno, sin temor. Estuvo siempre viviendo al límite, pero aún en medio de tanto caos conservaba un contradictorio sueño: ser policía. Nunca logró encontrar el rumbo y se convirtió en un confeso delincuente, buscado por la institución donde paradójicamente pretendió pertenecer.
Nacido hace 30 años en Tingo María, calurosa ciudad ubicada en la selva central del Perú, Cleber creció en medio del narcotráfico, la delincuencia, la prostitución y el surgimiento de un movimiento armado extremista conocido como Sendero Luminoso. Su rústica familia dedicada a la siembra y cosecha de la coca aprendió a convivir en ese mundo convulso.
La familia de Cleber se mudó luego a otra ciudad selvática, Aucayacu, en el centro del Alto Huallaga. Fue el inicio del comportamiento delincuencial y agresivo. A los 12 años un rápido proceso de transformación lo convirtió en un avezado ladrón, capaz de las peores fechorías. El uso de armas de todo calibre como medio de intimidación fueron las herramientas de la banda que conformó en medio del polvorín donde iba creciendo.
Un mundo de muerte
La violencia terrorista y la delincuencia común eran permanentes en la zona. Como resultado del conflicto armado uno de sus hermanos cayó muerto, tras defender a los subversivos en un enfrentamiento con el ejército peruano. Mientras la raíz del pecado germinaba en sus entrañas, Cleber añoraba abandonar esa vida y escapó de aquellos fantasmas en busca de una nueva vida en la ciudad de Lima.
En el suburbio capitalino, en el corazón del Perú, la situación no difería del resto del país. Pintas en las paredes alentando la lucha terrorista, apagones, coches bomba, muertes, desconcierto y zozobra. El delito, el caos y la violencia volvían a tragárselo. “Era joven y tenía toda una vida por delante. Tuve la oportunidad de rehacer mi vida estando en Lima, pero no fue así porque me involucré nuevamente en la delincuencia. ¡Era esclavo del pecado!”, recuerda Cleber.
El terrorismo, que dejó miles de muertos por todo el territorio peruano, se convirtió en un aliado para él. Decidió empuñar las armas para conseguir todo lo que quiso. En medio de ese frenesí, una voz salió de su interior e hizo eco en su acongojada alma. “Cada vez que amanecía me sentía cansado de haber hecho lo mismo. Pensar que toda mi vida había girado sobre eso me deprimía y me hacía sentir mal. ¡Sentía que la vida no tenía sentido!”, reconoce.
 El encuentro con la felicidad
Dios en su omnisciencia, y previendo el triste desenlace de este hombre, decidió manifestarse a través de una escena. En medio de su tribulación, cogió su auto una noche en busca de refugio en burdeles y cantinas. Repentinamente detuvo su andar frente a una congregación evangélica y contempló una familia que salía de aquel templo irradiando felicidad. El padre, gratamente cogido de la mano derecha de su esposa. Ella con una sonrisa entre los labios. Sus inquietos niños brincando de algarabía. La imagen quedó grabada en su corazón, contribuyendo su acercamiento a Jesucristo.
 “Cuando observé a esa familia se me rompió el alma. Hasta ese momento nunca había visto tanta felicidad en la gente. Lloré porque desde chiquito nunca había estado así en mi hogar”, confiesa. Dice haber levantado la mirada al cielo y rogado: “Si tú haces algo en mi vida y permites que suceda tal vez llegue a conocerte y puedas cambiarme”. Inconscientemente realizó su primer contacto con lo celestial, pero prosiguió delinquiendo.
Años después, en 2004, la justicia lo atrapó. El escurridizo Cleber y su organización delictiva fueron recluidos en el temido y peligroso centro penitenciario conocido como Lurigancho, la cárcel más hacinada del Perú. Los primeros días fueron una tortura permanente, los avezados reos agredían constantemente a los jóvenes delincuentes, en una especie de bautizo.
Dios me liberó
Pero al poco tiempo hizo gala de sus habilidades para hacer su estadía más placentera, llegando a manejar algunos pabellones, transformándose en cabecilla. Empezó a comercializar droga que una novia le proveía. Parecía nuevamente reinar, pero silenciosamente pretendía matarse. Suicidarse y acabar con todo. Dios resolvería pronto sus desconsuelos y la de sus ancianos padres que clamaban por la reforma del menor de los hermanos.
En su intento de borrar toda culpa que lo embargaba, Cleber planeó arrojarse desde el techo del penal. En este acto desenfrenado emitió una última petición implorando el favor Divino como única esperanza en medio de la contrariedad: “Pedí al Señor poder sentir esa paz que nunca tuve y que los hermanos cristianos siempre me habían dicho que existe”. Experimentó una sensación de calma y quietud de inmediato. Comprendió en el acto la existencia y soberanía del Creador. No consumó el atroz desenlace.
Cleber, hoy predicador del Evangelio, narra como Dios quitó la venda de sus ojos mostrándole la falta en que incurrió y la razón por la que estuvo preso física, psicológica y espiritualmente. Además demostró que solo en Él se puede hallar la verdadera paz y felicidad que el mundo no la puede dar (Juan 14:27).
Hace siete años que está apartado del hurto y del pecado, dedicado íntegramente a la obra evangelizadora del Señor. Pertenece a la Iglesia del Movimiento Misionero Mundial y visita las diversas cárceles del Perú. Cuenta su historia a miles de hombres que buscan libertad de una prisión espiritual y física.

Fuente: Impacto Evángelistico

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