Esta situación afectó su edad escolar,
mientras que muchos niños eran recogidos de la escuela por sus padres,
él tenía que regresar solo a casa porque su madre trabajaba arduamente
para solventar a sus seis hijos.
Al convertirse en un adolescente, Julio
tenía que seguir proveyendo para su familia, pero las amistades y el
vicio del alcohol comenzaron a cambiar su carácter. Su mala actitud
lo llevó al punto de golpear a su madre cuando regresaba ebrio a su
casa. Por ello, prefería quedarse en la casa de sus amigos e incluso en
la calle evitando problemas familiares.
Un accidente a los catorce años lo
marcó para toda la vida. Un día de fulbito con sus amigos, la pelota
fue a parar dentro de una casa abandonada. Al ingresar Julio, tuvo que
saltar una pared de aproximadamente 2 metros, pero su salto no resultó.
Al caer se hirió la pierna izquierda,
pero no le dio importancia. Su dolor era insistente y cada vez más
fuerte. Su madre lo llevó a una persona que corregía problemas óseos,
quien les pidió que recurran a un médico porque la cabeza del fémur
estaba destrozada.
Nunca creyó que este golpe le
ocasionaría tanto daño pues fue sometido a una cirugía y se mantuvo en
el hospital por seis meses. Esto ocasionó que la pierna derecha, que
estaba enyesada durante todo ese tiempo se diferenciara de la otra por 2
centímetros.
Este hecho no ocasionó que Julio siga siendo el joven inquieto e intrépido y menos que le afectaran lo que le diga la gente.
Su tío, Neftalí Gamonal, de fe
evangélica, siempre compartía la Biblia con su familia, poco a poco la
Palabra de Dios fue sembrada en su corazón.
Un nuevo accidente hizo que Julio
clamara a Dios con todo su corazón. Al estar en el río Huallaga, no
creyó que un mal paso casi le costaría la vida.
Al estar ahogándose en aquel río con
mucha desesperación comenzó a decirle a Dios: “Si tu existes, si tu
tienes poder, aquí está tu oportunidad para que me demuestres que
existes”.
Al terminar sus palabras,
inexplicablemente dos manos los jalaron hasta la superficie. Al
encontrarse en la orilla y al no ver a nadie entendió y pensó que era
“el Dios de su tío”. Pero este accidente no logró un cambio completo en
él y al poco tiempo siguió con una vida poco reflexiva.
Era el año 84 cuando un grupo de
cristianos le predicaron la palabra de Dios a su madre y ella no dudo en
entregarse a Cristo. Al ser la primera cristiana en casa recibió el
constante rechazo por parte sus hijos.
Julio se asombraba del cambio de su
madre; no obstante, Julio le decía que ese camino era absurdo, pero
orara por él “para que Dios lo cambiara”.
Hasta que Dios habló al joven Julio, un
día que estaba ebrio mostrándole su misericordia diciéndole: “Julio yo
te amo, yo existo, tú te pierdes porque quieres”. Esa voz lo conmociono y
los efectos de licor desaparecieron.
El cambio
Para ese entontes su madre había dado
la sala de su casa para realizar cultos los domingos y ante su lucha de
salir o no de su dormitorio para escuchar al predicador pensó: “tiene
que ser hoy porque si no nuca me voy a convertir”
Al final de la predicación el pastor le
dijo directamente a Julio: “Hermanito ¿te quieres convertir?”, y así
recibió a Jesucristo en su vida.
Al día siguiente, el cambio en la vida
de Julio se reflejó en su conducta, en su forma de hablar y su proceder.
Dios había llegado a su vida. Nunca más volvió a sentir amargura, ese
día encontró la paz y la armonía que tanto necesitaba.
Comenzó a dejar poco a poco su trabajo,
al sentir en su corazón un deseo ardiente por servir a Dios en su obra.
Aún pese a que sus amigos y familiares le decían que estaba
“perdiendo su tiempo”.
Fuente: Movimiento Misionero Mundial
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