viernes, 9 de noviembre de 2012

“Cristo me dio el hogar que siempre soñé”

 Julio Sánchez vivió su infancia en la ciudad de Chiclayo. Desde muy chico comenzó  a  trabajar  junto a su madre y sus hermanos. Sin embargo, la falta de su padre dejó un dolor en desde pequeño en su corazón.
Esta situación afectó su edad escolar, mientras que muchos  niños  eran recogidos de la escuela por sus padres, él tenía que regresar solo a casa porque su madre trabajaba arduamente para solventar a sus seis hijos.
Al convertirse en un adolescente, Julio tenía que seguir proveyendo para su familia, pero las amistades  y el vicio  del alcohol comenzaron  a cambiar su carácter.  Su mala actitud lo llevó al punto de golpear a su madre cuando regresaba ebrio a su casa. Por ello, prefería quedarse en la casa de sus amigos e incluso en la calle evitando problemas familiares.
Un accidente a los catorce años  lo marcó para toda la vida. Un día de fulbito con sus amigos,  la pelota fue a parar dentro de una casa abandonada. Al ingresar Julio, tuvo que saltar una pared de aproximadamente 2  metros, pero su salto no resultó.
Al caer se hirió la pierna izquierda, pero no le dio importancia. Su dolor era insistente y cada vez más fuerte. Su madre lo llevó a una persona que corregía problemas óseos, quien les pidió que recurran a un médico porque la cabeza del fémur estaba destrozada.
Nunca creyó que este golpe le ocasionaría tanto daño pues fue sometido a una cirugía y se mantuvo en el hospital por seis meses. Esto ocasionó que la pierna derecha, que estaba enyesada durante todo ese tiempo se diferenciara de la otra por 2 centímetros.
Este hecho no ocasionó que Julio siga siendo el joven inquieto e intrépido y menos que le afectaran lo que le diga la gente.
Su tío, Neftalí Gamonal,  de fe evangélica, siempre compartía  la Biblia con su familia, poco a poco la Palabra de Dios fue sembrada en su corazón.
Un nuevo accidente hizo que Julio clamara a Dios con todo su corazón. Al estar en el río Huallaga, no  creyó que un mal paso casi le costaría la vida. 
Al estar ahogándose en aquel río con mucha desesperación comenzó a decirle a Dios: “Si tu existes, si tu tienes poder, aquí está tu oportunidad para que me demuestres que existes”.
Al terminar sus palabras, inexplicablemente dos manos los jalaron hasta la superficie. Al encontrarse en la orilla y al no ver a nadie  entendió  y pensó que era “el Dios de su tío”. Pero este accidente  no logró un cambio completo en él y al poco tiempo siguió con una vida poco reflexiva.
Era el año 84 cuando un grupo de cristianos le predicaron la palabra de Dios a su madre y ella no dudo en entregarse a Cristo.  Al ser la primera cristiana en casa recibió el  constante rechazo por parte sus hijos.
Julio se asombraba del cambio de su madre; no obstante, Julio le decía que ese camino era absurdo, pero orara por él “para que Dios lo cambiara”.
Hasta que Dios habló al joven Julio, un día que estaba ebrio mostrándole su misericordia diciéndole: “Julio yo te amo, yo existo, tú te pierdes porque quieres”. Esa voz lo conmociono y los efectos de licor desaparecieron.
El cambio
 Para ese entontes su madre había dado la sala de su casa para realizar cultos los domingos y ante su lucha de salir o no de su dormitorio para escuchar al predicador pensó:  “tiene que ser hoy porque si no nuca me voy a convertir”
Al final de la predicación el pastor le dijo directamente a Julio: “Hermanito ¿te quieres convertir?”,  y así recibió a Jesucristo en su vida.
Al día siguiente,  el cambio en la vida de Julio se reflejó en su conducta, en su forma de hablar y su proceder. Dios había llegado a su vida. Nunca más volvió a sentir amargura, ese día encontró  la paz y  la armonía que tanto necesitaba. 
Comenzó a dejar poco a poco su trabajo, al sentir en su corazón un deseo ardiente por servir a Dios en su obra.  Aún pese   a   que  sus amigos y familiares le decían que estaba “perdiendo su tiempo”.

Fuente: Movimiento Misionero Mundial

0 comentarios: