sábado, 17 de noviembre de 2012

“Nada supera al amor de Dios”

 Ángel Osorio desde pequeño tuvo que vivir los continuos golpes que le propiciaba su padre a su madre. Esto junto a la enfermedad cardiaca de su progenitora y el sufrimiento de sus hermanitos lo sumergían en una gran tristeza.
Con el paso del tiempo Ángel decidió dejar su natal Cerro de Pasco para viajar a Lima en busca de un futuro mejor.
Es así que a los catorce años el joven Ángel inmediatamente encontró un trabajo como ayudante de mecánica automotriz, descubriendo que tenía gran potencial para esta labor.
Su hermana Rebeca quiso de todas formas de introducirlo a la Marina, pero las amistades hicieron que se olvidara de los estudios y sintiera atracción por las fiestas y las salidas.
Aún siendo menor de edad ya contaba con un taller de mecánica a su cargo. Pero junto al dinero empezó a adquirir malos hábitos, empezó a concurrir a clubes nocturnos donde conoció a mujeres, a ingerir licor durante todos los días de la semana. Posteriormente, regresaba a casa muchas veces sin zapatos y sin dinero para almorzar.
Malas amistades
Sin embargo, sus exquisiteces lo tentaron a acudir a lugares más costosos. Y ante la falta de dinero, sus propios amigos lo introdujeron al camino de la delincuencia.
En el primer atraco se llevaron 12 mil intis, que repartieron entre cuatro y todo ello se esfumó en una noche de diversión sin importar que para a su víctima probablemente le quitaron los ingresos de todo un día de trabajo.
Quienes lo conocían le pusieron el apelativo de “El Infeliz”, porque aparentemente su vida ya no tenía sentido.
“Experimente siempre un gran vacío por no tener nada en el bolsillo ya que gastaba todo en vicios a pesar de ser un próspero empresario”, cuenta Ángel.
Sus clientes al verlo siempre tomando comenzaron a irse, y él a quedarse sin empleo.  
Una tarde, llegó un cliente diferente, uno que dejó su Biblia en la guantera del auto, y el joven Ángel al darse cuenta de este libro le preguntó de qué iglesia provenía.
El cristiano le predicó diciéndole que sólo Cristo podría cambiar su vida y lo podría hacer feliz.  Al escuchar esto, él abrió su corazón y aceptó la invitación que le hizo el hermano para ir al templo.
En ese entonces ya se había enamorado de una joven llamada Esmirna, con quien tenía continuas discusiones y malos entendidos.
Justo antes de ir al templo un grupo de amigos llegó  a su taller para tomar licor con él. En ese instante llegó Esmirna y le dijo: “Ángel, tú has aceptado ir a una iglesia y ¿Cómo vas a ir mareado a una iglesia? No puedes tomar”.
Al oír esas palabras Ángel dejó la botella de cerveza y junto a Esmirna fueron al templo donde los invitaron.
Esa noche Dios habló a sus vidas y los cambió, rompiendo las cadenas de los vicios que los ataban a las cosas del mundo y cambiando sus vidas para siempre.
Hoy, ya unidos en matrimonio, sirven a Dios y son verdaderamente felices. Tienen a cargo una congregación en la provincia constitucional del Callao donde trabajan a tiempo completo para Dios.

Fuente: Movimiento Misionero Mundial

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