Cristo… murió por los impíos. – Romanos 5:6.
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. – Juan 15:13.
A veces sucede que por simpatía, por conveniencia o porque estamos
directamente involucrados, vamos al cementerio para acompañar a un
difunto a su última morada terrenal. A menudo encontramos viejos
conocidos. Luego nos separamos, pensando quizás: «¿La próxima vez me
tocará a mí?». La vida humana se presenta como una cuenta regresiva. El
proceso de envejecimiento y muerte en realidad empieza desde nuestro
nacimiento, con dos incógnitas mayores: el momento de la partida y el
destino final.
¿Qué hay después de la muerte? ¡Esa es la gran pregunta! La Biblia
responde mediante una palabra: “el juicio” (Hebreos 9:27). Por lo tanto,
no todo se acaba cuando se sella una lápida. Si el cuerpo que es polvo
vuelve a la tierra, el espíritu vuelve “a Dios que lo dio” (Eclesiastés
12:7).
Al igual que los demás, el creyente no sabe cuándo se acabará su vida
terrenal. Pero en cuanto al más allá, tiene las certezas sacadas de la
Biblia. Debido a esto el creyente puede considerar su propia muerte sin
temor, pues está listo. El juicio que le esperaría en el más allá fue
llevado por otro. Jesús, el Hijo de Dios, fue castigado en su lugar y
llevó sus pecados. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que
están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
Basta aceptar simplemente la salvación que Jesús ofrece gratuitamente
por amor a todos los que se acercan a él. El precio lo pagó Él, muriendo
en la cruz del Calvario.
Fuente:amen-amen.net
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