martes, 14 de agosto de 2012

“Sonrío porque Cristo me ama”


 Eber Pallarco Yachi nació en Huancavelica hace 24 años; sin embargo,  a pesar de su juventud supo recorrer la ruta de la desolación a la redención.
Desde pequeño gozó los privilegios de vivir en un hogar cristiano, tuvo el cariño de sus padres y una relativa bonanza económica. Pero con el paso de los días, cuando se acercaba a la adolescencia, su familia se alejó de Dios y él también.
Con un corazón vacío recorría los pasillos del colegio nacional donde estudiaba, esperaba encontrar en sus compañeros de salón y en el alcohol la felicidad que tanto anhelaba. Tenía sólo trece años, pero su espíritu envejecía por el pecado.
Al terminar sus estudios secundarios decidió llegar a Lima. Creyó enamorarse de una muchacha que pasaba momentos de profunda depresión igual que él. Ambos estuvieron a punto de terminar con sus vidas lanzándose de un puente; pero algo lo detuvo. Él creía que era el temor, pero evidentemente era la mano de Dios que actuaba sobre su vida.
Luego de algunos años nada cambió. Empezó a cursar la carrera de gastronomía en una reconocida casa de estudios. En ese lugar conoció a jóvenes que, a pesar del dinero, tenían el alma rota. “Muchos de mis amigos tenían vicios, otros eran homosexuales”, cuenta el protagonista de esta historia.
El laberinto en el que vivía parecía eterno, pero algo estaba por suceder. Su madre ya había regresado a los caminos del Señor, ella se desvelaba orando por Eber, además de invitarlo a volverse a Cristo.
Impulso del corazón
Cierta tarde estaba en su habitación tratando de distraerse viendo televisión o escuchando radio, pero todo le parecía monótono y desesperante. De pronto un impulso, hasta ese momento oculto en su interior, lo obligó a salir de casa, pensó a donde ir y la primera imagen que dibujó su mente fue el templo cristiano al que su progenitora asistía.
Cuando ingresó a la Casa de Dios fuerzas malignas nublaron su entendimiento, pero cuando pensó en retirarse recordó lo feliz que fue en su niñez. De esa manera volvió a tomar asiento y empezó a escuchar al predicador.
“El amor de divino es incomparable, te invito a que lo experimentes”, fueron las palabra del pastor que conmovieron todo su ser. Casi inmediatamente las lágrimas recorrieron su rostro y derramó su alma ante el Padre Celestial.
Desde ese día tuvo nuevas fuerzas para afrontar su vida, y se aferró a Jesús con sinceridad.
Actualmente es presidente de jóvenes en la Iglesia del Movimiento Misionero Mundial en San Pablo (San Luis)  y aprovecha su conocimiento del quechua para preparar mensajes cristianos en ese idioma que posteriormente se emiten a través de Radio Bethel.

 Fuente: Movimiento  Misionero Mundial

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