lunes, 19 de noviembre de 2012

“En Cristo encontré la victoria”


 Armando Richard Alarcón León nació en el distrito de Breña y es el tercero de siete hermanos.
Desde muy pequeño vivió el maltrato  que le propinaba su padre a su madre, sin pensar en las consecuencias que este tipo de acciones le traería a sus hijos.
Fue el mejor de los alumnos en la escuela, pero la separación de sus padres lo marcó mucho y comenzó a refugiarse en los amigos de mal vivir.
Así fue que se dedicó a probar drogas como la marihuana, el alcohol y otros vicios. Su soledad lo envolvía cada vez más, él no sabía qué hacer con su vida, había perdido todo el interés por él mismo.
Tan profunda fue la caída que tuvo que sólo iba a la escuela a robar y a drogarse. Lamentablemente, sus hermanos siguieron sus pasos.
El boxeo llegó a su vida como una solución para salir de las drogas, creyendo con todo su corazón que eso lo cambiaría.
Pero en el mundo del deporte conoció a muchas personas de su misma condición. Su vida empeoró más y más durante tres años continuos. El boxeo lo llevó a ser una persona impulsiva y violenta. Con solo 17 años poco a poco dejó el el gimnasio para dedicarse de lleno a la delincuencia y a las drogas.
Con una banda comenzaron a asaltar taxis y venderlos por partes en Tacora (un lugar peligroso de Lima). Inclusive, llegó a extorsionar a personas para obtener más dinero.
A pesar de la muerte de su padre continuó con sus malas juntas. Encontró algunos trabajos pero no duraba en ninguno.
En 1993 cae preso por tenencia de arma de fuego y asalto  en el penal San Juan de Lurigancho. Al salir de la cárcel volvió a caer en el robo y las drogas. Su madre nunca se cansó de corregirlo a pesar de que ya era un adulto.
La ceguera espiritual en la que vivía no le permitía ver el esfuerzo que su progenitora hacía por él, hasta que dos días antes de navidad, en el año 95, vuelve a caer preso y llega nuevamente al penal.
Continuó con el consumo de drogas dentro del penal, y fue allí donde se enfermó de Tuberculosis. Su madre era la única que lo visitaba y le contaba llorando que sus hermanos menores se estaban perdiendo también en el consumo de alcohol y drogas.
Tras algunos meses sufrió de un colapso pulmonar en prisión, pero no le importaba nada, él seguía en las drogas, ya pesaba menos de 50 kilos y uno de sus pulmones quedó inutilizado.
En esa condición dejó el penal. Al salir de la cárcel se dedicó a robar cerca de su barrio. Esto, junto al consumo de drogas y alcohol, lo acercaban cada vez más a una muerte segura.
Nació de nuevo
Para él su vida para ya no valía nada. Fue en esa situación que clamó al cielo y le dijo a Dios: “Señor haz lo que sea para que yo cambie”. Ese día la policía lo atrapó y lo llevaron otra vez a prisión. Ahí encontró a un amigo, pero lo notó distinto, algo había cambiado en esa persona  con quien se drogaba años atrás.
Su amigo tenía otro aspecto, se veía muy cambiado y con paz. El joven lo invitó a un servicio cristiano dentro del penal. Al principió se rehusó a asistir, pero en el fondo de su ser esperaba que ir al templo lo alejará de muchos problemas y finalmente aceptó.
Una mañana al despertar ya no podía levantarse, ni respirar y comenzó a sentir que su alma salía de su cuerpo. Estuvo con esa sensación durante tres días. Convaleciente fue al templo donde se entregó al Señor. Al levantarse entre lágrimas del altar sintió que ya no era igual. el Todopoderoso hizo algo extraordinario en su vida.
Al poco tiempo, Dios le abrió las puertas del penal para salir absuelto y los médicos notaron que el funcionamiento de su sistema respiratorio había mejorado milagrosamente.
Lo primero que hizo fue contarles a sus hermanos lo que Dios había hecho en su vida y ellos empezaron a llegar a los pies de Jesucristo.
Armando actualmente es un miembro activo de la iglesia del Movimiento Misionero Mundial ubicada en Quilca (Lima) y trabaja a tiempo completo en la obra de Dios.

Fuente: Movimiento Misinero Mundial

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