Alexander Lusquiños, vivió desde pequeño en el conflictivo sector limeño
denominado “La Huerta Perdida” en Barrios Altos. Desde temprana edad recibió el
rechazo por parte de su padre, quien inclusive renegaba consigo mismo por el
color de piel que había heredado.
Ante el descuido de sus padres, fue criado por
una tía que tenía 16 hijos. Estos muchachos discriminaban a Alexander
reiterándole interminablemente que era un chico de color, tratándolo como un
criado.
Pasado algún tiempo se enteró que su padre y su
tía estaban envueltos en la venta de drogas y dijo en su corazón: “Yo no quiero
ser un drogadicto”. Pero sus propias fuerzas no pudieron con este vicio y poco
después se vio involucrado en el.
A los 13 años abandonó la escuela, aún cuando era
muy buen estudiante. Pero creyó que se podía vivir mejor con los amigos y
conocidos, porque el ejemplo de su familia lo desilusionó de tal manera que
terminó destruyendo su autoestima.
En plena adolescencia, cayó en prisión por culpa
de esos vicios que lo llevaron a la delincuencia. Fue allí que se aferró a
ídolos hechos por el hombre, diciéndoles que nunca más iba a robar.
Pero no imaginó que luego de seis horas de haber
dejado prisión olvidaría su promesa. Volvería a consumir por invitación de sus
“amigos” otra vez esa sustancia que estaba dejándolo sin nada.
A pesar de que lloraba mucho, ante la impotencia
de cambiar de vida, entendió que había “algo” que lo inducia hacer esas
cosas.
Alexander encontró trabajo como vigilante de un
banco, pensando que con este empleo empezaría una nueva vida. Sin embargo,
casualmente en ese mismo lugar laboraban algunos policías que lo conocían y al
verlo uniformado y con un revolver a menudo se burlaban de él diciéndole: “Tu
quieres asaltar el banco”.
Pero la ambición lo dominaba, llevándolo a
preguntarse: ¿Por qué no asalto el banco? El siniestro proyecto se puso en
marcha. Alexander juntó a un grupo de malhechores para efectuarlo.
Entre sus contactos encontró a un amigo que no
veía hace mucho, quien le contó una gran noticia. Tras dos años en un centro de
rehabilitación conoció a “alguien” que lo ayudó a cambiar su vida y lo invitó a
conocerlo.
Es así como el protagonista de este testimonio
llegó a la iglesia del Movimiento Misionero Mundial, creyendo que el personaje
que cambió a su amigo, lo cambiaría a él también.
En su primera visita se asombró de cómo las
personas lloraban de rodillas, alababan a Dios y pensó que todos los que
asistían allí eran malos porque necesitaban el perdón divino.
No obstante, decidió volver al templo, surgiendo
en él gusto por las alabanzas. Una noche sintió que Dios le hablaba a su vida
por medio de Su Palabra. Tomó la decisión de entregarle su corazón a Cristo,
cayó de rodillas ante el Señor, quien hizo la obra en su vida renovándola por
completo.
El Señor le dio una esposa y lo levantó,
bendiciéndolo hasta el día de hoy, convirtiéndolo en un hombre de provecho para
la sociedad. Actualmente, labora en Bethel Telecomunicaciones, colaborando con
la difusión del mensaje de Dios al mundo entero.
Fuente: Movimiento Misionero Mundial
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