El mal ejemplo de su padre, quien había
caído en la droga, hizo que el crea que la vida en pareja solo traería
complicaciones a su existencia. “Llegue a la conclusión que no era
necesario casarse y que mejor era vivir con una mujer y luego otra y
otra”, narra nuestro hermano.
Sin embargo, el oasis en su vida era su
abuela, la amaba mucho, constantemente la visitaba. Juan Carlos asegura
que ella fue quien lo motivó a alejarse de las malas compañías que
intentaban llevarlo por malos caminos.
El tiempo de Dios
A los 18 años de edad, se vio en la
necesidad de trabajar, llegando a laborar en la empresa de un cristiano
evangélico. Su jefe le predicaba la palabra de Dios, dándole citas
bíblicas para que el joven Juan Carlos las pudiera leer en su casa.
El protagonista de este testimonio
siempre se aferraba a sus creencias, pensando que “cambiar de religión”
no era para él. “Yo tengo mi religión”, era la respuesta que Juan Carlos
le daba a su jefe, quien solo quería presentarle la verdad del
evangelio.
Sin embargo, al verificar que lo que le
decía el hermano era verdad, notó que en realidad no tenía a Dios en su
corazón, advertía que su vida no tenía sentido.
Después de un año, llegó a la iglesia
central del Movimiento Misionero Mundial, donde según cuenta “no sintió
nada”, pero un inesperado anhelo de volver a ese templo empezó a surgir
en su ser.
Al poco tiempo, en su segunda visita,
luego del mensaje, decidió pasar al altar, donde le dijo a Dios: “Si tú
existes cámbiame” y el Todopoderoso hizo la obra. “Me sentía el hombre
más ligero del mundo, corría y lloraba agradecido”, relata emocionado.
Juan Carlos Arenas se dio cuenta que el
Señor había hecho algo en él porque tras algunos días los improperios
que salían de sus labios habían cesado y su mal comportamiento
cambiaba de manera milagrosa. “Ya no me atraían las cosas del mundo, el
Señor Jesús empezó a ocupar el primer lugar en mi corazón”, manifiesta.
Con el tiempo, Dios le permitió conocer a
la que ahora es su esposa, la hermana Evelyn Jirón con la que tiene 4
hijos, que todos los días le alegran la vida.
Ahora, a los 30 años puede decir: “Todo
lo que tengo se lo debo a Dios, Cristo me ha cambiado, me ha bendecido,
y ha prosperado a mi familia”.
Fuente: Movimiento Misionero Mundial
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